El caballo, conocido como Eohippus, se estima que tiene alrededor de 55 millones de años de antigüedad, y su fósil fue descubierto en Norteamérica en 1867. Este pequeño ejemplar medía unos 30 centímetros y habitaba en zonas selváticas y pantanosas, con almohadillas en las patas (cuatro delante y tres detrás). Posteriormente, se propagó hacia Europa durante el periodo denominado Eoceno.
A lo largo de su evolución, la especie experimentó diversos cambios debido a los factores climáticos, dando lugar a diferentes tipos, como el Mesohippus, descendiente del Eohippus, que era un poco más grande y tenía tres dedos en cada pata, y una dentadura más eficiente que le permitía comer una vegetación más variada. El Miohippus y el Merychippus, este último con cierto parecido al burro pero con un dedo mayor en el centro que le otorgaba gran velocidad y capacidad para recorrer mayores distancias. El Dinohippus y el Pliohippus fueron las primeras especies en tener cascos formados y perder los dedos laterales, existiendo hace entre dos a cinco millones de años. Durante la era glacial, los antecesores del caballo disminuyeron hasta extinguirse en el continente americano hace aproximadamente unos ocho mil años.
Los ejemplares que sobrevivieron se extendieron desde Asia hasta Europa y África, siendo los ancestros del caballo moderno, conocido como Equus caballus. Su evolución se divide principalmente en cuatro tipos básicos, de los cuales descienden las razas existentes: el caballo del bosque, el caballo de la meseta, el caballo de la estepa y el caballo de la tundra.
Existen evidencias que indican que el caballo fue domesticado hace cinco o seis mil años, siendo las tribus nómadas los primeros en incursionar en este proceso mientras viajaban a través de las regiones de los mares Caspio y Negro.
Los primeros domesticadores clasificaron a los caballos posglaciares del Viejo Mundo en varios tipos, entre ellos el pony celta de Ewart, el caballo escandinavo de Ewart, el caballo de Asia central y el caballo que habita en el oeste de Asia, cada uno con características distintivas y antecesores de diversas razas domésticas.
Los primeros caballos tras las glaciaciones estaban adaptados al frío.
El caballo Przewalski, por ejemplo, se destaca por una estructura celular embrionaria y su dotación cromosómica numéricamente diferente a la de los caballos domésticos.
Como curiosidad, en Uruguay se conservan cultivos de células de la raza Przewalski para su posible uso futuro ante el inminente peligro es extinción.
El Tarpan, un caballo salvaje del este de Europa y el oeste de Rusia, se extinguió en el siglo pasado y ha sido «reconstruido» en las yeguadas polacas, siendo un ejemplar híbrido utilizado por diversos pueblos del este del Mediterráneo, incluyendo a los celtas, hititas y griegos que utilizaban estos caballos en el carro. El Tarpan es considerado el principal antepasado del caballo de campesino en Europa central y oriental, así como en los Balcanes.
A lo largo de la historia, diversas razas de caballos han mostrado similitudes, como el Húngaro Goral, el rumano Hucul, el polaco Konik y el bosnio de Yugoslavia.
En conclusión, diversos vestigios, como las pinturas rupestres del periodo Paleolítico, demuestran que el caballo ha sido una figura relevante a lo largo de la historia de la humanidad.
Atribuciones:
HyracotheriumVasacciensisLikeHorse.JPG
Atribución: Jeff Kubina from the milky way galaxy, CC BY-SA 2.0